lunes, 9 de julio de 2012

Casi presa por una Falsa Prada


Recordarán que hace un tiempo estuve de paseo por Europa, y como fue un viaje muy rico en experiencias, aún me quedan algunas anécdotas por contar. Como se darán cuenta, casi todas están relacionadas con mi trastorno compulsivo que son las compras y además tienen un país en común: Italia. ¿Por qué en ese maravilloso país? Además de ser un lugar espectacular para ir de shopping, fue mi último destino y el lugar perfecto para aprovechar el restante del límite de la tarjeta de crédito y usar los euros que quedaban..

Esta vez no fue en Roma, si no que un poquito antes en el recorrido, y en una ciudad a la que espero volver alguna vez: Venecia. Recordarán que mis primeras horas allí no fueron exactamente mágicas, pero una vez adaptada, y perdida una y otra vez entre sus canales, el amor entre nosotros empezó a consolidarse. 

¿Qué es lo que siempre critiqué de los turistas? Dos cosas: las fotos compulsivas y la compra de souvenirs totalmente bizarros. ¿Qué hice en Venecia? Saqué fotos compulsivamente y compré el recuerdo más inútil que nos puede dar esa ciudad: una máscara. ¿Por qué sacaba fotos compulsivamente? Porque desarrollé la teoría, un poco por la carencia de espacio que sufría en la valija, de que cada vez que tenía un impulso comprador, podía canalizarlo sacando fotos. Todo venía muy bien, hasta que la ví....

Estaba almorzando unos tallarines en un pequeño restaurant sobre el Gran Canal. Debo decir que me di el placer de comer en una mesa con mantel (otro día desarrollaré la teoría del lujo del mantel); acompañada de una chica brasileña, mi compañera de recorrido veneciano. La situación era increíble, comida riquísima, música italiana de fondo, pero aparecieron los africanos y perdí toda concentración y cordura. Llegaron como siempre lo hacen: con sus mantitas, desplegando todas esas carteras maravillosas sobre el piso. Allí estaba otra de las carteras de mi sueños, una Prada hermosa que me estaba siguiendo por algunas ciudades. No la evitaba por auto-disciplina, sino porque ya me había comprado otras dos carteras con los africanos.

Claramente comí rápido, y aunque la brasileña sabía de mi situación e intentó por todos los medios detenerme, no pudo hacerlo. Fui a la negociación del precio, y rápidamente llegamos a un precio justo: 20 euros (una ganga!). Pero cometí un grave error: no tenía cambio, sólo 50 euros. Cuando se los doy, y recibo la cartera en compensación, la policía estaba llegando y ellos apuradísimos comenzaron a levantar todo. Pueden ir presos por vender en la calle sin autorización y además productos falsos (o mejor dicho, "replicas"). El resultado: el señor intentó partir sin darme el vuelto, pero mi amiga brasileña (una chica muy alta que imponía autoridad), se le puso delante y le dijo en un perfecto español: “Dale el vuelto a la chica!”. El africano entendió el mensaje, y me dió los 30 euros de vuelto. En ese instante, las dos salimos corriendo con destino a Plaza San Marcos, mientras guardabamos  la cartera en la mochila. 

Debo reconocer que esa noche soñé que terminaba presa, y para peor entraba la policía al hostel a sacarme la cartera. Pero como de toda situación traumática se aprende, la lección del día es la siguiente: siempre llevar billetes con cambio, nunca se sabe cuando aparece una oportunidad...

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