sábado, 6 de septiembre de 2014

Redondeando...

Muchas veces tenemos comportamientos de los cuales no somos 100% consciences, o en este caso reacciones que nos salen naturalmente y no tenemos demasiada explicación. No me refiero a los vicios, a los cuales trato de escapar - no siempre puedo, sobretodo en época de sales -, sino de esas “características" que nos definen como persona. 


Mi novio me hizo notar hace poco tiempo que tengo una tendencia fuerte al redondeo. Ustedes pensarán que subestimo los precios para justificar la compra, pero no siempre es así. Depende de la situación, puedo subir o bajar los precios en función del resultado que quiera obtener. Incluso, no hay una regla general - no siempre son centavos con el fin de llegar a un número redondo, sino que puedo subir o bajar incluso algunos pesos-. Les juro que lo hago naturalmente, sin ningún tipo de esfuerzo. Y aún cuando esté viendo el precio real en la etiqueta, mi cerebro procesa el que se formó para decidir o no si compra el producto.

La secuencia es más o menos así: primero defino si quiero o no comprarlo, después pienso cual sería el precio razonable que estaría dispuesta a pagar, lo comparo con el real y armo el precio "inventado" que a partir de ese momento pasa a ser el real para mí - a veces son similares, a veces no tanto -. Ese es el que le digo a todos que cuesta el producto. Todo dura fracción de segundos. La sorpresa viene luego en la caja, pero a ese monto también le aplico ese descuentito. 

Obviamente que este procedimiento también lo hago para comparar distintos precios: subestimo el que quiero comprar, y tiro para arriba el del que no me gusta. Siendo totalmente sincera, he llegado a generarme descuentos mentales del 20-30%. A mayor interés, mayor descuento. 

Mi primera reacción al comentarme sobre este comportamiento fue de negación absoluta. Al fin y al cabo, todo el mundo redondea. Necesitamos “simplificar la vida". Pero la realidad es que no es así, son justificaciones de compra. 

Seguí reflexionando y me di cuenta que hago lo mismo cuando estoy de viaje: pero sumado al redondeo también invento distintos tipos de cambio. Si es para comer, pienso que el dólar sale una fortuna - porque en realidad no me interesa tanto comer bien-. Ahora si es para un objeto muy deseado, “ajusto” ese valor para llevarlo a un precio razonable que me haga comprar con menos culpa. Y más aún, en un día de shopping intenso, ese tipo de cambio inventado va bajando con el correr de las horas. Es decir, a la mañana todo me sale mucho más caro - soy más cauta -, pero con el correr del día y cansancio, todo se ajusta para comprar todo lo que quiero. Total, el precio y tipo de cambio se forman en mi cerebro. La sorpresa en este caso viene con el resumen de la tarjeta post-viaje.

Darme cuenta de todo esto fue todo un proceso, porque mi comportamiento natural es el de inventar los precios. No me genera nada de esfuerzo creerme que son reales. Ahora bien, ¿Qué gané con todo esto? Principalmente que la gente de mi círculo - novio, padres, amigas-, nunca me crean cuando le digo un precio. Me lo preguntan más de una vez para encontrarme el error, pero debo decir que soy bastante consistente en la mentira. 

Me va a llevar tiempo reconstruir esa confianza, pero sin duda será algo que mis finanzas lo agradecerán. ¡Qué trabajo me va a costar!

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